Nuestra forma de haber sido educados y las experiencias adquiridas en la infancia hacen que, en muchas ocasiones, no escuchemos a niñas y niños, sus sentimientos, intereses o miedos.
Más allá de lo establecido en la Convención sobre los Derechos del Niño, la Ley General de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, o la Ley de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes del Estado de México, la participación infantil en los asuntos que les afectan debe darse en todas las esferas de la vida. Además, no basta con que sean escuchados, sino que su opinión debe ser tomada en cuenta de forma efectiva, o mejor aún, puesta en práctica.
¿Te has preguntado qué opina tu hija o tu hijo sobre un problema cotidiano? ¿Te imaginas recibir una sugerencia más creativa? Las niñas y niños, sin tantos prejuicios y con un pensamiento basado en sus cinco sentidos, pueden proponer formas más simples de entender el mundo.
En este contexto, la autodeterminación, la escucha y la participación activa deberían ser prácticas comunes en los entornos familiares. La mejor manera de interactuar entre personas adultas y la infancia es considerar su grado de madurez de forma progresiva, brindarles la información necesaria para comprender las consecuencias de sus decisiones y fomentar su autonomía.
Situaciones médicas, la exposición de su imagen en redes sociales y medios de comunicación, o simplemente la posibilidad de elegir por sí mismos, dependerán de la información, la experiencia, el entorno, las expectativas sociales y, sobre todo, del nivel de apoyo que reciban. Todo ello contribuirá a su capacidad para formarse una opinión.
En países como España, la llamada “edad sanitaria” es de 16 años, lo que significa que las y los adolescentes pueden tomar decisiones sobre su salud. En caso de que se presuma que no tienen la capacidad para hacerlo, se requiere la intervención de sus representantes. Esto no implica que se les considere “maduros” solo cuando toman las mismas decisiones que una persona adulta o un especialista, sino que se valora si comprenden la información proporcionada, las consecuencias de las opciones presentadas y si su decisión está alineada con sus valores familiares.
Por ello, el consentimiento informado debería ser una práctica generalizada, no solo en el ámbito médico, sino en cualquier aspecto de la vida de los niños.
Una última recomendación: si como adulto quieres aplicar esto, deja constancia por escrito o en algún medio donde quede registrada la voluntad de los niños. Usa un lenguaje claro y sencillo, procura que el documento no exceda una hoja y, ¡no olvides incluir dibujos y colores! Siempre es más agradable algo que inspire y motive.